viernes, 20 de abril de 2012

VALERIA, DE ENSENADA



PITÓN DERECHO José Vasconcelos es el mexicano por antonomasia, según nosotros. Estupendo escritor de lo que vivió en carne y hueso; sus obras autobiográficas son conmovedoras, alucinantes. En su extensísima bibliografía hemos encontrado que conocía las corridas de toros: de joven malgastaba el dinero en ellas y en otros excesos. Luego las desdeña cuando relata que Madero, de quien era partidario, prefería los conciertos sinfónicos. Finalmente las acepta como una expresión cultural mexicana. Autonombrado Ulises por su recorrido planetario conoció el mundo y sus mujeres. En unos de sus periplos viajó a Ensenada. Divisó en el malecón a una mujer que “pasea lánguidamente por el malecón…como la más suave de las ondas del mar…es toda firmeza y gallardía” Órale

PITÓN DERECHO, OTRA VEZ Domingo 15 de abril. Arribo a Ensenada, después de más de 80 años que Vasconcelos divisó y describió a la desconocida en VISIONES CALIFORNIANAS. El viaje “directo” desde Mexicali duró cinco horas, con una de esas películas temblorosas en las que no coinciden los movimientos de los labios, en un idioma, con las palabras expelidas con monotonía, en otro. Soportamos cuatro o cinco subidas y bajadas a medio campo y carretera de pasajeros sudorosos que no iniciaron, ni completaron el viaje en las terminales.

PITÓN IZQUIERDO Yo fui uno de esos; me apeé en la cercanía del coso portátil, o al menos eso fue lo que dijo telefónicamente la empleada del hotel donde se instaló la plaza. Ubicado a la vera del pavimento no divisaba a la izquierda ni a la derecha la muchedumbre propia de tales  ocasiones. El sol de playa elevaba los hervores del suelo mientras sostenía en sus calores el graznido de la gaviota que incursionaba en tierra seca. Yo aprovechaba la soledad para desentumirme. Faltaba un cuarto de hora para el inicio de la corrida y todavía no sabía qué tan lejos estaba de la plaza. No se veían taxis ni camiones de pasajeros por ningún lado.

PITÓN DERECHO De pronto la salvación; una joven cruzaba la elevada jaula peatonal. Descendió la escalinata y afortunadamente vino hacia mí, como bendición. Le pregunté por la plaza de toros. Sonriente se despojó de sus auriculares y volvió a escuchar la pregunta.

PITÓN IZQUIERDO  Tuve suerte: Precisamente ella iba a la plaza. Decidimos ir juntos. No, no era aficionada. No. No era de las que gritaban “¡Asesinos!” Sólo iba a “apoyar al grupo.” Si. Si conocía la forma en que mueren los bóvidos en los rastros. Era bióloga por lo que conocía la cadena de alimentación. No repuso los auriculares: una cortesía de gente bien nacida. Nos presentamos. “Valeria”, me dijo y se mantuvo de perfil durante la caminata que yo hubiera querido prolongar. Por su lozanía y el dominio inmediato que ejerció en el tramo pudo haber sido la digna bisnieta de la del malecón. Me aclaró la diferencia entre raza y especie.  

PITÓN DERECHO Elemental, mi querido Watson; dije para mis adentros. Era profesora y el grupo era de estudiantes. Lo que se confirmó al llegar a la algarabía anti taurina. Cuando llegamos al terreno minado por las pancartas y los gritos juveniles, Valeria desapareció. Ya en el enfrentamiento colectivo que me chuté con el grupo, una joven agraciada al querer rebatir el argumento de la tauromaquia como arte, me dijo que ella era flautista por lo que ella podía concluir que la tauromaquia no era arte. Me atolondró la atrocidad lógica. Otro docente me aconsejó con enfado que cambiara de libros. Yo les recomendé a todos un diccionario.

PITÓN IZQUIERDO Valeria no apareció más pero sospechaba su cercanía y la presentía apenada. A diferencia de la visión de Vasconcelos, que siempre ondeará en el malecón de 1928, el perfil de Valeria siempre desaparecerá al iniciarse aquella reyerta a la entrada de la plaza de toros de la Marina Coral, en 2012. Órale.


PITÓN DERECHO Estaré en algunas de las corridas de San Fermín y otras de Nimes, el próximo mes de mayo.  Suerte de villamelón. Me interesa ver con otros toros a Juan Pablo Sánchez, también a El Zotoluco y Joselito Adame. Deberé decidir entre Sergio Flores o El Juli. Por supuesto será ocasión para practicar mi español ibérico y mi francés resanado por la lectura de Les Bestiaires de Henry de Montherlant.

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